Carlos Garrachón Arias AVAC
No quería que sus hijos se acercaran a los tractores. Apenas se descuidaba, ya estaban rondando a aquel mostrenco de 170 cv. “Esto no es un juguete” les decía, mas de las necesarias.
Había trabajado mucho para conseguir ese aparato y vestirlo con aperos. Ahora dudaba si estaba a la altura de su explotación. Pergeñaba para sí, que tanta comodidad no podía ser buena para su salud. Aún vagaban en su cerebro aquellos rescoldos de tardes de mulas, de trillos, de jornaleros en siesta. Hoy sentado en esa cabina se sentía en otro mundo. Dignidad y orgullo recuperados. Era consciente de que apenas una parte su ahorro, había contribuido en la compra de la herramienta.
El niño quiso un teléfono, de esos buenos, desde que era muy pequeño y lo tuvo, por ver si así se iba por otros derroteros que no oliesen a tierra mojada. Pero no había manera. La tecnología se había aliado con los crios en contra de sus ancestros y en busca de la estela familiar.
El hijo veía las máquinas como una serie de sistemas con centralita digital al tiempo que su padre echaba de menos aquellos motores de antes. Era feliz recordando, siquiera por un instante, aquel picado de bielas, presencia de cigüeñal y levas ya calientes, repiqueteando redondonas. “Buena fundición americana” se decía al oír crepitar el bloque motor. “Los tractores de hoy no se sentían ya en el cuerpo ni en el alma” Así se iba al tajo cada madrugada.
Observaba pensativo a los chicos cuando salían a divertirse. ¿Porqué tenían que consultar el dichoso teléfono antes vestirse para de salir de casa? ¿Ya no valía abrir la ventana y comprobar con la mano la temperatura o el viento en la calle? El universo cercano no tenía importancia pudiendo ir mas allá. Los 20mm de cristal de su ventana era una distancia exagerada e intraspasable, los datos de sus teléfonos eran infinitamente mas fiables: temperatura viento humedad, sensación térmica hoy, mañana y pasado.
Él había reducido el laboreo ya, como todo el mundo. Ahora parecía ser que, tanto darle vueltas a la tierra durante décadas no había sido bueno para la tierra, y nos la estábamos cargando. Hablaba de alelopatías sorprendido por el rápido cambio en sus propias valoraciones sobre los cultivos a implantar. Inmerso en la nueva agricultura se sabia ya actualizado. Las cifras del plan Renove reflejaban claramente que este año con esos fondos se estaban comprando casi cinco veces mas unidades de sembradoras directas que de tractores, y eso le decía algo.
Los compañeros dedicados al manejo de la agricultura ecológica tenían algunas quejas sobre la producción o la hierba mala, en varias campañas; no dominaban el tema. El manejo de arados aireaba la materia orgánica que se perdería desmontando la excusa del carbono retenido en el suelo. Si se pudieran juntar ambas prácticas… El “como” no lo sabia, pero había que hacerlo de alguna manera. En la futura agricultura no habría mucho sitio para el bendito Glifosato ni para otras muchas materias activas junto con la prohibición del “engrasado” con nitrato al que tan aficionado era.
“Mire padre” le dijo un día: cuando conduzca el tractor no hará falta que me baje, o que pierda el tiempo yendo y viniendo a la parcela por el tempero. No me fijaré en lo que hacen los demás, si salen de casa o no, si siegan o binan o siembran. Pondré sondas y, con la ayuda de satélites en órbita, sabré si el suelo está en sazón o no. La oficina va conmigo y podré trabajar en ella a la sombra en un ribazo. Consultaré mapas y detectaré las zonas conflictivas para hacer tratamientos localizados ahorrándome la mitad del producto que tu malgastas. Con la semilla haré lo mismo. Desde allí pondré en marcha sistemas de riego en la cantidad y oportunidad suficiente y el sistema me enviará un informe con el resultado. Esto será día y noche hasta que pueda darle ordenes a un robot para que haga las labores por mi.
Su padre lo miraba. Le había salido el tiro por la culata. Les había intentado disuadir, a el y a ella, sobre lo de quedarse en el campo, y ahora se sentía superado bajo su asertividad. El mundo que ahora se le planteaba tenia una parte de lógica y no sabia como abordarla. Entre los del bar de media mañana tampoco había unanimidad. Unos apostaban por dibujar un mundo extraterrestre, aliándose con la nueva generación, mientras otros se hacían de cruces y aseguraban que lo visto era ya demasiado para su caso. A diario hablaba de todos sus barruntos con su amigo Leal, en la parada de mediodía, ante la presencia de Herminio que les servía café y pincho de tortilla.
En día de hoy el mundo parece haberse detenido. Los fondos abducidos por la soberbia pandemia están dejando enormes socavones y la reforma de la PAC, que estaba en ciernes, se ha replegado para un tiempo, con sus propuestas pospuestas e indefinidas de facto. Había intención de reducir el 50% de las materias activas y aumentar al 25% la superficie de cultivo en agricultura ecológica. ¿Qué pasará con el otro 75%?
Sostenibilidad, lucha contra el cambio climático, digitalización del sector, o incorporación de hombres y mujeres, ronda todo en el ambiente.
Up-date era la palabra que ellos usaban. Actualizar, poner al día. Habrá que redefinir muchos conceptos que están “descargándose” para quedarse eternamente. Incluso lo más avanzado es susceptible de cambiar, la siembra directa también, por imaginación que no quede. Esta cosa, ”el problema”, se acabará algún día y no va a dejar un camino de rosas. El futuro es prometedor. Blanco o negro. Prometer, promete. Solo hace falta que cumpla. Espere, trabaje y verá.